lunes, 27 de abril de 2009

Martin

Martín

Con un paño naranja, Martín limpiaba rigurosamente los vidrios de sus anteojos negros. Por la tarde el transito es mas intenso, y el calor del ambiente mas la temperatura de todas aquellas maquinas, hacían sudar a Martín convirtiéndolo en una inmensa gota de agua andante.
Pero eso es cuando le asignan quedarse fuera del centro comercial. A veces tiene turnos dentro, esos son los turnos que mas disfruta. El aire acondicionado y las mujeres que se pasean por allí lo entretienen bastante. Pero la gente no mira a Martín, transitando con su uniforme, camisa blanca, pantalón, zapatos y cinturón negros. Mas un bordado en su camisa que lo acreditan como Seguridad del lugar.
Si un problema se presenta, Martín acude. Robos de rateros, clientes ofuscados, niños perdidos, etc. Era un trabajo fácil. La vida lo había convertido en hombre antes de tiempo y a sus 26 años se encontraba con una mujer y dos hijos que alimentar. Necesitaba el trabajo.
Vivían en una pequeña casa en Boedo, que había alquilado con la ayuda de sus familiares. Laura, su mujer trabajaba en un “Laverap”, ella regresaba a casa a las cinco y quince minutos después los niños llegaban del jardín. Martín llegaba alrededor de las nueve de la noche. La llegada a casa era un momento de gloria para Martín, solo al cruzar el portón se podía oler la cena que todas las noches Laura preparaba. Milanesas a la napolitana con fritas, o tallarines a la boloñesa, o algún buen plato que Martín consideraba un viaje al cielo al saborearlos. Siempre acompañado de una cerveza bien fría. Después de cenar, los niños iban dormir, el siempre se tomaba unos minutos y hacían algunos juegos, cosa de padre-hijos. El día terminaba, el noticiero daba sus últimas noticias, mientras Martín y Laura hacían el amor en su habitación. A veces, el se levantaba salía al patio a fumar un cigarrillo y contemplando el cielo poco estrellado de Buenos Aires, consideraba que era una persona feliz. Su vida estaba bien.

Era viernes y llovía muchísimo, la Capital Federal estaba completamente atascada, los colectivos desbordaban de pasajeros, las calles estaban llenas de autos que no avanzaban. Llovía más y más, como si el mundo fuera a acabarse ese mismo día. Martín viajaba en el subte, que apestaba y venia lleno. La gente se desesperaba, y se amontonaba, golpeando y empujando para conseguir entrar al vagón. Martín no estaba acostumbrado a usar el transporte público. Casi siempre volvía caminando, tranquilo, con paso relajado, y si llovía tenía un paraguas preparado en su armario del trabajo. Pero ese día, llovía
¡Llovía condenadamente!
Pensaba mientras miraba por la ventanilla del vagón, que hacia algún tipo de espejo en el cual podía ver claramente su reflejo. Estaba cansado, había estado haciendo horas extras desde hacia tiempo para juntar un buen dinero y así poder viajar con los suyos al sur para ver a su familia en semana santa.
Pero eran muchas horas, y su cuerpo se lo estaba informando. Anhelaba muchísimo poder beber una cerveza.
Salio de la estación disponiéndose a caminar las cuatro cuadras a su casa. En el trayecto, le sorprendió que el grupito de “paqueros” que siempre esta en una de las equinas del barrio no estuviese allí. Ya no llovía mucho, pero lo defectuoso del sistema del drenaje creaba lagunas entre vereda y vereda. Era imposible no mojarse.
Faltaban unos metros para doblar a la derecha y encontrarse cerca de casa, cuando vio pasar a gran velocidad un auto azul, iluminado, con un sonido ensordecedor, era una patrulla.
Supongo que es el instinto humano, ese momento en que el sexto sentido aparece, la intuición.
Martín solo pudo correr, y al doblar la esquina quedo encandilado por todo aquel fulgor azul. Y todas esas personas, apostadas frente a su casa, su pequeña casa en Boedo. No podía escuchar nada, solo el latido de su corazón, y la gente gritando y llorando, tomándolo de los brazos, “¡No Vallas!” pero el tenia que verlo, tenia que saber que era lo que estaba sucediendo. Y abriéndose paso entre todo aquello logro entrar a su casa, al living, el living donde lo tendría que esperar su comida, su mujer, sus hijos, después de un durísimo día de trabajo.
Estaban allí, pero sin esperar. Atados, mutilados, quemados, violados, muertos.
Todo se nublo para Martín, el cambio fue demasiado, una persona no puede aguantar semejante cosa sin volverse completamente loco. Y Martín lloraba, y se abrazaba con ellos, llorando, completamente mojado, por la lluvia, por la sangre, por las lágrimas.
Se incorporo, y camino a hacia su habitación. Sabía que las tenía allí, las había comprado por si acaso. Y ese día era un “Por si acaso…” las cargo, las balas eran nuevas, el par de 9mm jamás había sido cargado, pero Martín las tenia, con sus funda y sus cargadores. Mas un par de silenciadores que había comprado la semana anterior. Le gustaban las armas y tenia vocación de policía. Solo que no lo aceptaban, una y otras vez las solicitudes eran rechazadas. La federal, bonaerense, ejercito. Siempre se sentía frustrado por eso. El solo tenia sus dos 9mm que nunca habían sido siquiera cargadas. Tomo una y se la llevo a la cien, cerro los ojos cuando escucho “¡fueron unos paqueros!”. Quito el arma de su cabeza y se sentó en la cama. Podía escuchar a la gente gritar, la casa estaba desbordada, la gente entraba y salía. Todos pudieron ver lo que había pasado, la policía no podía controlar a la gente, enojada, triste, indignada. Pateándolos y pidiendo justicia. Nada tenía control, ni la gente, ni la policía, ni los paqueros, ni los subtes, ni Martín.
Guardo las armas en su pantalón y salio por la puerta del patio, logro evadir un policía.
Estaba refrescando, y se avecinaba otro “round” más de lluvia. Martín caminaba dejando todo ese ruido atrás, limpiándose la sangre en la ropa. Camino y camino, durante horas, no tenia idea donde estaba llendo, solo caminaba, doblaba en alguna esquina caminaba otro par de cuadras y así estuvo gran parte de la noche. De pronto se detuvo, divisaba unas siluetas negras y humo saliendo de ellas. Se podían escuchar fuertes risas, y un hablar muy defectuoso e incoherente. Todos gritaban, como hienas, mientras comían de una bolsa grande de papas fritas. Martín se acerco a ellos, poco a poco. Ya podía verlos bien y los pudo contar. Eran siete. Estaban metidos en un callejón, un pequeño cuadrado que pertenecía a un estacionamiento que ya no existía.
-che loco, ¡que quere acá!-
Martín no respondió, temblaba, tenia mucho miedo, los tipos se acercaron, todos juntos. Ninguno pasaba los 18 años, destruidos, con sus caras huesudas y los ojos desorbitados, se podían ver ampollas en sus dedos podridos. Muertos vivientes. Martín hizo un paso atrás, el miedo lo carcomía, no podía moverse y los tipos estaban ya muy cerca. Martín cerró los ojos, y pudo ver a su familia, solo pudo recordar su última visión de ellos. ¿Cómo pudo haber pasado? ¿Por qué matar de esa forma a una mujer y a dos niños de 8 y 6 años? Abrió los ojos, y algo había cambiado, el miedo había desaparecido. Uno de ellos se detuvo percatándose de que Martín se llevaba las dos manos atrás de su saco negro. Todos pudieron ver aquel bordado en la camisa blanca “SEGURIDAD”.
¡Tiene un chumbo! Grito uno, y ese fue el primero en caer. Un certero balazo en la cabeza lo dejo boquiabierto. Martín era rápido, y los tiros eran silenciosos, aquello estaba oscuro todavía y los “paqueros” gritaban, y solo escuchaban pequeños zumbidos y cada vez menos gritos. De pronto todo estaba en silencio. Martín respiraba con tranquilidad, inmóvil. Desde aquel silencio pudo percibir un pequeño sollozo, “snif snif” justo atrás de un container.
Martín se acerco, y el sollozo se hizo lloriqueo, se acerco más y el lloriqueo se hizo llano y suplicas:
-¡NO ME MATES, NO ME MATES!- era un niño, de unos 11 años, lloraba y pedía por su madre. Martín retrocedió, bajo sus armas y camino unos pasos. Pero basto solo con una imagen, como de fotografía, en la que pudo ver a sus dos pequeños hijos cortados, sangrando, con sus pequeños ojitos quemados, sin ninguna expresión, completamente deformados. Freno y se volvió sobre sus pasos, apunto con sus dos 9 mm. volándole la cabeza al niño.
Se escuchaba que venia la policía, y Martín se alejo. Encontró un bar, se metió en el y pidió una cerveza. Una mujerona ofreció chupársela por 10 pesos, pero ese día Martín no estaba para chupadas. Termino la cerveza y salio, se paro en la vereda y se concentro en el cielo. Aquel día en Buenos Aires el amanecer era hermoso.

León A. Imperiale

viernes, 24 de abril de 2009

La cabeza contra la pared

La cabeza contra la pared

Supongo que la vida fue demasiado fácil para mí. Siempre pienso en eso, que las cosas se me dan casi por casualidad y por alguna razón sale bien.
Supongo que es la predisposición que cada uno tiene al levantarse por la mañana. Por mi parte, siempre despierto y pienso lo mismo. "ojala pudiera seguir soñando" pero no, todo esta ahí. Listo para ser vivido. Las experiencias, las luces, las mujeres, las palabras, las botellas. Todo esta justo frente a mí. Y lo elijo. Elijo ser así, elijo estar ebrio todos los días, elijo fumar cigarro tras cigarro, elijo alejarme de ella, elijo estar solo.Supongo que no es muy saludable, que no viviré demasiado de esta forma. Supongo que la vida me dará un fuerte, fuertísimo cachetazo, para despertar, para reaccionar. Supongo que el problema es ese, que la vida me va a golpear fuerte, que voy a encontrarme sin salida, que no lo he visto todo, que no lo he sentido todo. Insisto, ese es el problema.Porque puede que me siga gustando golpearme una y otra vezla cabeza contra la pared.

Leon A. Imperiale

jueves, 23 de abril de 2009

Libreta en Blanco

Libreta en Blanco

Al entrar las luces no dejaban ver mucho. Mis ojos tuvieron que acostumbrarse por unos segundos. Pude enfocar la barra y un tipo me miraba fijo. No había más de 6 o 7 personas en el lugar.
Que va a tomar-
Cerveza-
Diez-
Pague y me senté en un sitio alejado. Tranquilo.
Andaba siempre con una libreta, y una lapicera que recogían algunos de los pensamientos más profundos de mi vida. Escribí en ella una frase que tenia en mente.
Y la tache fuerte mientras sorbía otro trago de cerveza. Lo intente otra vez, y volví a tachar. Era una lucha, una pelea de esas que relata Chinaski. Me lleve una mano a la frente para secarme el sudor y apoye nuevamente la punta del bolígrafo en el blanco papel. Pero nada, no había nada para decir. Todo estaba dejando de tener significado, y se estaba haciendo difícil intentar encontrarle alguno. La inspiración comenzaba a desaparecer, poco a poco. Hundiéndome segundo a segundo en el arrollo de las experiencias vividas. Levante la vista, con temor a lo que pudiera ver, y la cosa no era agradable, el bar se había llenado. La gente reía, charlaba, bebía, se comunicaban. Ellas, hermosas, sonrientes, lindos ojos, lindas tetas, lindos culos. Y ellos, bien vestidos, perfumados, con billeteras y dinero en ellas Y yo alejado de todo ello, y con solo unos pesos para cuatro pintas más. Nada.
El papel continuó en blanco, la lapicera al costado y la cerveza terminada. Amague a pedir otra, pero no, era hora de irme. A ningún lado, solo irme sabiendo que no era una buena noche, no había paz, no había mujeres, no había escritos.
A la salida del Bar un vagabundo acomodaba cartones y se preparaba para descansar en la puerta de un quiosco, no tenia mucho dinero pero sabia que podía comprar al menos dos de a litro. Las conseguí junto a un paquete de Marlboro diez. Le deje unas monedas al vagabundo.
Camine rumbo a Plaza Congreso, mientras observaba los autos, los colectivos, la gente dentro de ellos, “enlatados” pensé. Llegue a la plaza y comencé a beber, lentamente, justo frente al edificio Congreso. La gente de la calle estaba preparada para dormir, todos vagabundos, sin futuro, mucho menos pasado. Termine la segunda cerveza y la noche enfrió, encendí un cigarrillo y me acomode para dormir en el banco. Mientras mi libreta continuaba en blanco, y yo sin futuro y mucho menos pasado. Como me gusta estar.